Archivo del blog

05 febrero, 2015

Ana

La chica se sentó, agotada tras la larga caminata. ¿A dónde iría ahora? No era, ni mucho menos, la primera vez que se le caía el mundo encima, y tras tantos años, más le valía estar acostumbrada. Pero parecía que nunca terminaba de aprender. Miró sus manos, que seguían idénticas tras tantos siglos. Nunca se arrugaban; nunca se estropeaban. Su cabello se agitó por el fuerte viento, y ella se lo ató sin pensar.
Odiaba las muertes. Odiaba decir adiós.
Todavía llevaba el vestido negro que se había puesto para el funeral. Sólo los espíritus sabían cuánto había cambiado el mundo en todo ese tiempo. El suelo estaba cubierto de cemento, la salvaje naturaleza había sido hecha cautiva. Aquellas máquinas artificales, útiles pero asquerosas, invadían las calles. Ana odiaba los coches.
Sin saber por qué, su mente se transladó a la primera vez que había vivido la muerte de alguien amado.
El primero. Su mitad.
Ana se maravilló de estar viva después de tanto tiempo sin él. Había vuelto a casa, hacía muchas décadas, cuando aparecieron las máquinas-pájaro que llamaban aviones. Todo había cambiado de forma tan brutal que ni siquiera era capaz de localizar su añorado río. Había llorado tanto, y con tanta intensidad por la pérdida definitiva de su pasado que el cielo acompañó sus lágrimas con la lluvia más torrencial que el país nunca había registrado.
Sin embargo, ella no se rindió. Había una promesa que tenía que cumplir. Buscó sin parar, y la tierra se abrió a su paso. En aquella selva de metal, plástico y petróleo, ella buscó algo puro. Y lo encontró.
Era un árbol; un enorme ejemplar de roble que sobresalía por entre sus compañeros verdes, a las afueras de la ciudad. La esencia de Trofoni, al menos de lo que quedaba de él, permanecía en aquel roble centenario. Ana permaneció de rodillas frente a él durante tres días y tres noches, y cuando se levantó, cantó a sus hojas, moldeando la corteza del árbol hasta que tomó la forma de los rasgos de su hermano.

Su consciencia estaba limpia, y su herida, a pesar de seguir ahí, estaba cerrada.

May Parodi

No hay comentarios:

Publicar un comentario