-¡Vamos, Inagawa! –Gritó Yuuki instando a la mujer a moverse.- ¡Esto arderá
en cualquier momento! ¡No te quedes ahí sentada!
Las llamas lamían ya la puerta por fuera del despacho, y el humo, que se
colaba por el hueco inferior, ya estaba llenando la habitación. Ella, sin
embargo, no parecía inmutarse, y permanecía sentada en el cómodo sillón con las
piernas cruzadas, un cigarro en la mano y la vista perdida en los papeles
revueltos sobre el escritorio.
El muchacho tosió una vez más a causa del aire cargado.
-¡Inagawa! -Al no ver reacción por parte de la joven de ojos negros, se
acercó a ella con la intención de obligarla a levantarse. Nunca llegó a
tocarla. En un movimiento tan rápido que resultó imperceptible, el abrecartas,
que había reposado sobre el escritorio, se clavó en el cuádriceps del chico,
lanzado por Inagawa. Yuuki se detuvo con un grito más de sorpresa que de dolor.
-Ella… Maldita chica. –Sonó la voz de Inagawa, clara y tranquila por encima
del crepitar de las llamas.- Piénsalo, Oshiro. Le debemos… todo.
-¡De qué coño hablas! ¿Has perdido la cabeza? ¡Por su culpa la sede,
nuestro hogar, está ardiendo! Es
malvada. ¡Ha matado gente! –Yuuki tosió otra vez violentamente.- Si no salimos
ya, no lo contaremos. Vamos, ¡por favor!
Inagawa ignoró el último comentario.
-Nosotros también hemos matado, pero eso no importa. Oshiro, nosotros hemos
hecho algo mucho peor; no solo hemos tomado vidas. También hemos tomado almas.
Hemos roto sueños, hemos robado lo que era bueno y aplastado a la gente que nos
ha convenido utilizar. Y todo por nuestro propio interés. –Inagawa apagó el
cigarrillo contra el escritorio de caoba pulida. La puerta crujió y se
desencajó hacia dentro cayendo estrepitosamente y dando paso a una ola de aire
caliente. Yuuki se echó hacia atrás ante la ardiente visión de las llamas, pero
Inagawa ni siquiera pestañeo. El crepitar se intensificó y el humo hizo que el
chico apenas pudiera abrir los ojos.- Le debemos tanto…
-¡Natsuki, salgamos de aquí! –Volvió a gritar el muchacho, llamándola por su nombre de pila.- Por favor. - Ella
lo miró por primera vez desde que entrara en la habitación.
-Sal de aquí, Yuuki. – Su voz era apenas audible sobre el terrible sonido
del infierno.- Sal de aquí, encuéntrala y dale las gracias de mi parte.
Inagawa le sonrió, y el chico se dio la vuelta para alejarse de aquel calor
letal. Lo último que vio antes de echar a correr fue la silueta de Inagawa,
sentada despreocupadamente en su sillón, siendo envuelta en un abrazo de
ardiente fuego.
May Parodi
May Parodi
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